Cuando
uno empieza a leer la Constitución, lo primero que piensa, siendo
sincero, es: “vaya pestiño” y luego, si continúa leyendo, se da cuenta
de que no se trata de la norma suprema del estado español, como nos han
contado en muchas ocasiones, no.
Pues
no es más que otra novelita barata de ficción, sin rastro de humor y
con la intriga justa que provoca la expectación de ver quién la hará
caso y quién se la pasará por el forro del pantalón. Y, es que, se suele
hacer caso omiso si no es por conveniencia o porque se vaya a obtener
un rédito. Sea éste político o de cualquier otra índole, o quizás, para
impedir que nuestro adversario político lo consiga.
Digo
que la carta magna no es más que una novelita que se escribió en
aquélla época de la Transición que unos alaban con vehemencia y otros
ningunean por norma. Una novelita, digo, que se utiliza para hacer leyes
injustas que van contra los principios fundamentales del estado. Como
es el principio de igualdad. Uno de los pilares básicos de un estado de
derecho es que todos somos iguales ante la ley. Pero ¿somos todos
iguales ante la ley? Yo creo que no, y no sólo por el tasazo de
Gallardón, porque antes de llegar este Ministro, tampoco éramos iguales
ante la ley. Ahí están los casos de Urdangarín, Pantoja, Amy Martin,
Gürtel, Eres, Campeón, por poner los ejemplos más recientes. Porque,
lamentablemente, en nuestro país se dan los casos de corrupción como
hongos. De hecho, si hubiesen sido ciudadanos normales los implicados en
estos casos, darían, sin remisión, con sus huesos en la cárcel; estos
otros, en cambio, no la olerán por ser aforados. De olerla, en el mejor
de los casos, más que cumplir penas, estos presuntos sinvergüenzas,
cumplirán disgustos.
Al
ser ellos mismos quienes se autolegislan, en España se hace excluyendo
gente en lugar de incluyéndola. Aún sabiendo, que cuanta más gente se
beneficie de la norma redactada mayor será la labor social de la misma.
En lugar de eso, se hace pensando en uno mismo. Se aborda, cual corsario
judicial, el acceso a la justicia gratuita, por poner el ejemplo del
tasazo de Gallardón. El legislador actúa como un Robin Hood disléxico.
Pues se roban derechos al adormilado ciudadano de a pie, para dárselo a
quien tiene poder para dictar normas. Es decir, al propio legislador
¿Quién va a tirarse piedras sobre su propio tejado? Véase la tan
cacareada amnistía fiscal. Habrá, pues, que relegislar lo ya legislado,
si se quieren hacer leyes justas. Y habrá, también, que reescribir la
constitución y poner mecanismos eficaces para exigir su cumplimiento.
Decía
hace unos días, parafraseando a Pérez Reverte, que el político, cuando
pierde el miedo a las consecuencias de sus actos, se convierte en un
canalla. No existe el miedo, cuando el que controla todos los
instrumentos encargados de auditar sus propios actos es el político. No
existe el miedo, cuando una sociedad anestesiada como la nuestra,
prefiere ver fútbol o Sálvame en televisión, en lugar de luchar por su
futuro y el de sus hijos. No existe el miedo, cuando una sociedad
pusilánime paga impuestos sin exigir nada a cambio. No existe el miedo,
cuando esa sociedad pusilánime, no le recuerda al político que su misión
es servir al ciudadano y no al revés.
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