9/1/13

Una pincelada profunda sobre hombres buenos



Malagueño, enamorado de su ciudad, de su tajo, de su fiesta, de su gente. Por él, cuando llego a Málaga, me siento en casa. Noto que algo mío está ahí y me siento feliz. Igual pasa en Ronda, por supuesto, porque soy un enamorado de Ronda; me emocionan las puestas de sol en su sierra, me apasiona su tajo y sus calles y el sentimiento que embota mi alma cuando llego allí, es de sosiego. Tengo la sensación de descanso de quien ha llegado a su hogar. Pero es que él nació en Ronda. Él era mi abuelo, al que no conocí. Cuál sería la fama que se granjeó entre los que tuvieron la suerte de saber de él que mi sentimiento es de pena. Me entristece no haber llegado a conocerlo. Se llamaba Manuel Durán y era malagueño, concretamente de Ronda.

Pues bien, este buen señor tuvo que viajar al extranjero y no tuvo problemas en también hacer suya la ciudad de Tánger, donde estudió, trabajó y formó una familia. Emigró cuando esta ciudad era la puerta a Europa de la cultura internacional. Allí, por ejemplo, llegaban los discos de Dizzie Gillespie o Ella Fitzgerald antes que al resto de Europa. Cuando Tánger era colonia europea y puerto franco. Se juntaban gentes de toda nacionalidad, de toda condición y de toda cultura. Sus calles eran un crisol de lo más variopinto de las naciones europeas mezclada con el exotismo oriental; se podían ver a franceses, belgas, holandeses paseando por el zoco chico o por su playa o españoles yendo a ver la famosa actuación de Juanito Valderrama en el teatro Cervantes. Cuando el artista español cantó por primera vez su famosa canción “El emigrante” que tanto éxito tuvo. También había hebreos y árabes, por supuesto, enfrascados en peleas, discusiones, negociando o contando cuentos. Esos mismos cuentos de terror que hasta mi llegaron de boca de mi abuela Adela. Qué miedo pasaba oyéndola contar cuentos de terror.

El buen hombre comenzó gracias a su trabajo en correos y, al contacto con esta comunidad internacional, una colección fabulosa de sellos y monedas. Tras la llegada de Franco al gobierno, España sufrió un bloqueo internacional. De modo que su vida allí duró hasta que el gobierno español decidió cerrar sus oficinas en el exterior. Así que, a mediados de los años 50, volvió a su país junto a sus dos hijos y su esposa. El buen hombre, iba siempre que podía a ver a su madre a Tánger, puesto que ella se había quedado allí. Iba en trenes de mercancías, en el vagón de correos, o donde fuese. Daba igual, tenía que ver a su madre y nada podía interponerse. Era asmático y eso no le echaba para atrás porque él sabía cuál era su deber. A fe que lo cumplía. Aún poniendo en riesgo su salud. Demostrando, una vez más, sus hechuras de hombre bueno.

Su legado no quedó ahí porque tuvo dos hijos, uno algo vividor y el otro responsable, y servicial. El que le preocupaba y por el que siempre preguntaba, en voz alta debido a su sordera, aunque él pensaba que no se le oía, era por el díscolo, claro. Por el otro no hacía falta preguntar. No daba problemas, era bueno y honrado. Trabajador y, además, todo un caballero. De los que ya no quedan. Tanto que me hace sentir orgulloso. Además, y eso es lo mejor de todo, este caballero tuvo la suerte de conocer a mi madre.

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