Malagueño, enamorado de
su ciudad, de su tajo, de su fiesta, de su gente. Por él, cuando llego a
Málaga, me siento en casa. Noto que algo mío está ahí y me siento feliz. Igual
pasa en Ronda, por supuesto, porque soy un enamorado de Ronda; me emocionan las
puestas de sol en su sierra, me apasiona su tajo y sus calles y el sentimiento
que embota mi alma cuando llego allí, es de sosiego. Tengo la sensación de
descanso de quien ha llegado a su hogar. Pero es que él nació en Ronda. Él era
mi abuelo, al que no conocí. Cuál sería la fama que se granjeó entre los que
tuvieron la suerte de saber de él que mi sentimiento es de pena. Me entristece
no haber llegado a conocerlo. Se llamaba Manuel Durán y era malagueño,
concretamente de Ronda.
Pues bien, este buen
señor tuvo que viajar al extranjero y no tuvo problemas en también hacer suya
la ciudad de Tánger, donde estudió, trabajó y formó una familia. Emigró cuando
esta ciudad era la puerta a Europa de la cultura internacional. Allí, por
ejemplo, llegaban los discos de Dizzie Gillespie o Ella Fitzgerald antes que al
resto de Europa. Cuando Tánger era colonia europea y puerto franco. Se juntaban
gentes de toda nacionalidad, de toda condición y de toda cultura. Sus calles
eran un crisol de lo más variopinto de las naciones europeas mezclada con el
exotismo oriental; se podían ver a franceses, belgas, holandeses paseando por
el zoco chico o por su playa o españoles yendo a ver la famosa actuación de
Juanito Valderrama en el teatro Cervantes. Cuando el artista español cantó por
primera vez su famosa canción “El emigrante” que tanto éxito tuvo. También
había hebreos y árabes, por supuesto, enfrascados en peleas, discusiones,
negociando o contando cuentos. Esos mismos cuentos de terror que hasta mi llegaron
de boca de mi abuela Adela. Qué miedo pasaba oyéndola contar cuentos de terror.
El buen hombre comenzó
gracias a su trabajo en correos y, al contacto con esta comunidad
internacional, una colección fabulosa de sellos y monedas. Tras la llegada de
Franco al gobierno, España sufrió un bloqueo internacional. De modo que su vida
allí duró hasta que el gobierno español decidió cerrar sus oficinas en el
exterior. Así que, a mediados de los años 50, volvió a su país junto a sus dos
hijos y su esposa. El buen hombre, iba siempre que podía a ver a su madre a
Tánger, puesto que ella se había quedado allí. Iba en trenes de mercancías, en
el vagón de correos, o donde fuese. Daba igual, tenía que ver a su madre y nada
podía interponerse. Era asmático y eso no le echaba para atrás porque él sabía
cuál era su deber. A fe que lo cumplía. Aún poniendo en riesgo su salud. Demostrando,
una vez más, sus hechuras de hombre bueno.
Su legado no quedó ahí
porque tuvo dos hijos, uno algo vividor y el otro responsable, y servicial. El
que le preocupaba y por el que siempre preguntaba, en voz alta debido a su
sordera, aunque él pensaba que no se le oía, era por el díscolo, claro. Por el
otro no hacía falta preguntar. No daba problemas, era bueno y honrado.
Trabajador y, además, todo un caballero. De los que ya no quedan. Tanto que me
hace sentir orgulloso. Además, y eso es lo mejor de todo, este caballero tuvo
la suerte de conocer a mi madre.
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