Iba
vestida con unos vaqueros raídos y una camiseta blanca de los Who. Llevaba sus
John Smith negras y su foulard rojo al cuello. Un Ipod en el bolsillo interior
de una rebeca gris en el que sonaban mezcladas canciones de Los Ramones, The
Who, The Clash, Sex Pistols, Siniestro Total, Leño, Rosendo, Loquillo y Los
Extremoduro. En su raída balndolera roja se podían encontrar esquelas y
periódicos amarillentos además que algún que otro reportaje sobre algún grupo
de música que le gustara. Miraba por debajo del hombro de los demás, con esa
mezcla de timidez y odio que hacía que sus compañeros de clase la
reverenciaran, envidiaran y temiesen a partes iguales. Había algo extraño en su
flequillo ladeado y su media melena negra enmarcando unos ojos almendrados y
una brevísima sonrisa que afloraba muy de vez en cuando.
No solía cruzar palabra con las chicas
de su edad, salvo en raras ocasiones y, muy de vez en cuando, se dejaba ver en
las clases de gimnasia en pantalón corto. Demostrando que siempre quería tapar
sus pálidas piernas. Era una chica, en cambio, muy hermosa. Era delgada, sí y
era extraña también, pero hermosa. Tenía una hábil combinación de fragilidad y
autosuficiencia que hacía que no supieras cómo acercarte a ella y, mucho menos,
entablar conversación. Ya que solía zanjar las charlas con un par de
monosílabos y, si la cosa se ponía más complicada, con un par de improperios
que conseguían aumentar su fama de inaccesible.
Cuando coincidía en el cuarto de baño
con alguna compañera de clase, no solía ni darse cuenta, ya que, en el mismo
momento en que salía del aula, conectaba su Ipod, y su música conseguía
abstraerla del mundo real. Pues bien, sus compañeras miraban sus delgadas, esbeltas
y bellas formas con una mezcla de odio y de envidia. Alguna malintencionada
comentaba que debía ser anoréxica, como si la gorda de turno estuviera libre de
pecado. Posiblemente si ella la hubiese escuchado habría mirado, sonreído y se
habría largado sin decir ni mú, pero si no estuviera por la labor,
posiblemente, toda la escuela supiera lo enorme de la talla de vaqueros de la
lenguaraz. Lo que ellas no sabían es que ella era, de siempre, carnívora. Una
carnívora convencida.
En su casa las cosas no estaban mejor,
puesto que su madre. Una mujer abnegada, preocupada y fuerte como solo una
madre puede ser. Estaba convencida, como las envidiosas de su colegio, de que
esa niña que no salía de su habitación hasta bien entrada la tarde y que nunca
comía con ellos, tenía que estar sufriendo algún tipo de trauma a consecuencia
de los cambios que estaban produciéndose, desde hacía unos años ya, en el
cuerpecito de su niña. Porque para las madres, una hija, como era el caso, de
dieciséis años, era una niña. Pensaba que la anorexia estaba haciendo estragos
en el cuerpo de su niña. El padre, torpe y engañado, como solo los padres
pueden ser y más aún con una niña en esas edades, pensaba que, si estaba
fuerte, podría ser delgada, pero la niña jamás se había puesto enferma. Nunca
había cogido ni un constipado. Así que sí, era delgada y pálida, pero era una
niña sana porque no enfermaba nunca y no daba muestras de debilidad de ningún
tipo. Eso era lo que le preocupaba al padre. De hecho, la última discusión que
habían tenido por la niña fue algo así:
-
¿Has
visto a tu hija? – con esa preocupación que tienen las madres.
-
Sí ¿Qué
le pasa está mala? – Con esa funcionalidad que tienen los padres.
-
No, pero
es que sigue tan rara... No me habla... No habla con nosotros...
-
Cariño,
ya no te acuerdas cuando tú eras una adolescente... También nosotros creíamos
que el mundo estaba en nuestra contra y la tomábamos contra todo lo que nos
rodeaba.
-
¿No se
drogará, no?
-
Siempre
sacas las cosas de quicio. ¿Qué hace tu hija que te extrañe tanto?
-
¿Que qué
hace? ¿No la ves? ¿No ves que nunca come con nosotros? ¿Qué no tiene apetito?
Que nunca nos cuenta nada de su vida. No sabemos a qué se dedica.
-
Pues se
dedica a estudiar, saca unas notas increíbles, es callada, sí. Siempre fue
tímida. Está en una edad muy difícil y, además, es una niña. Las niñas comen
menos que los niños, es un hecho.
-
Tú
siempre te pones de su parte.
-
No es
ponerme de su parte, cariño, es que tienes unas preocupaciones que no sé yo a
qué se deben.
-
Es que,
cuando voy al mercado...
-
No me
digas más... Esas envidiosas... El año que viene menos mal que empieza la
universidad, porque, además, no sé si no te has dado cuenta que tu hija es la
más pequeña de su clase. Eso ha sido así toda la vida. Se ha defendido siempre
ella sola... Me hubiera gustado, por una vez, que ella estuviera delante cuando
te digan algo de ella, las madres de esas niñas gordas. ¿Has ido tú alguna vez
al colegio? ¿Has visto en los festivales cómo los niños se rifan el bailar con
tu hija? ¿Harían eso con una niña rara? De verdad, cariño, no hagas caso a esas
catetas, por favor.
-
Ya, pero
me cuentan que sus hijas les han dicho esto y lo otro... Además, Linda anoche
no estuvo en su habitación...
-
¿Desde
cuándo espiamos a la niña? Vamos a ver, Carmen, tendrá un noviete y se escapará
con él por las noches, se darán besos y se contarán sus penas... No te
preocupes... Y a esas petardas tú les dices que tu hija es autosuficiente y no
necesita que la defendamos todo el día ni que la tengamos que reforzar en sus
convicciones. Es una niña fuerte. Y, cariño, hazme el favor de no llorar, que
Linda es lo mejor que nos ha podido pasar en la vida.
-
No, si
no es espiarla, pero a veces no puedo dormir y oigo cómo se abre su ventana.
Probablemente tienes razón, Paco, a veces me dejo llevar por la envidia... Será
un noviete, mi hija con su primer noviete ¿no te gustaría saber quién es?... A
mí, que me hubiera gustado ponerle lazos y flores y verla con vestidos... Y
ahora con un novio que no conocemos...
-
Dale
tiempo al tiempo, por favor, que es una chica buena, con otros gustos, pero es
fantástica... No te preocupes, mi amor, hazme caso que Linda es maravillosa.
Cuando ella considere que su relación es lo suficientemente firme será cuando
decida traer el chico a casa, no te comas la cabeza, anda Carmen. No permitas
que te engañen esas gordas envidiosas.
-
Está
bien Paco.
En las mañanas no solía levantarse
hasta bien entrada la mañana, por lo que nunca solía desayunar con sus padres.
Desde que su madre le dijo al padre que la niña se las veía con un novio, eran
más condescendientes con sus salidas nocturnas. Así que se levantaba, se tomaba
un vaso de agua y se largaba al colegio, poco más o menos. Esa era la dieta que
la veían hacer sus padres a diario. No cenaba con ellos y, después, una vez que
hubiera anochecido, se oía abrir la ventana y salía al calor de la oscura
noche.
Cuando tenían que ir a alguna comida
familiar, aunque ella se prodigaba poco, a veces accedía a tomar algo de sopa,
un poco de pescado o de carne, o algún puré a regañadientes, pero poco más.
Comía variado, poco pero variado, por aquello de qué dirán. Miraba con
tranquilidad a todos los comensales y parecía que los estaba memorizando. Casi
siempre, las comidas familiares acababan igual: sus tíos le decían que tenía
que comer algo más; ella les sonreía, les decía alguna gracia y se iba
tranquilamente. Como era la menor de sus primos y ellos, al verla tan rara y
ser más mayores, se largaban pronto con sus amigos sin decirle nada, ella se
quedaba sola. Cosa que agradecía, así no tenía que negarse ni poner ninguna
excusa, así que se ponía su música y se largaba tranquilamente caminando.
Al finalizar el colegio, la invitaron
a la fiesta de fin de curso, al menos, quince chicos de su edad. Todos los más
populares y más solicitados por las compañeras de Linda. Ella los miró a todos
y accedió a ir con el más pálido y menos agraciado de todos, dejando al resto
extrañados. Todas sus amigas se preguntaban si tramaba algo; porque Linda no
podía hacer nada sin que el resto de compañeras tuvieran la certeza de que era
sospechoso. Si iba con una camiseta de Los Sex Pistols, significaba que estaba
de mal humor; eso lo habían decidido ellas. Pero a Linda el qué dirán le
importaba más bien poco. Así que accedió a ir con Marcos, el chico más delgado
y pálido de la clase de al lado.
Llegó el baile, que hicieron en el
gimnasio del colegio, y se pusieron a bailar todos. Linda no bailaba, lo que
hacía que Marcos estuviera algo incómodo, porque se había puesto lo más guapo
posible ¡hasta se había engominado! Cosa que las compañeras se tomaban a risa.
Hasta que, en determinado momento, Linda se acercó al pincha y le dijo que
pusiera: “Baby, I love you” de Los Ramones, para poder bailar con su chico.
Sacó a Marcos a bailar y éste le demostró a los atónitos compañeros que sabía
sacar partido a su oportunidad. Linda dejaba que él acercase sus labios a
escasos milímetros mirando fijamente a sus ojos, lo que hacía que él se
excitara sobremanera. Bailaban sensualmente pero no era nada que el resto de
chicos no hicieran, lo raro era la pareja que lo hacía. En un momento de la
noche, en la que Linda parecía haber tomado vitaminas, porque se había
revitalizado, le dijo al chico que se iba a dar una vuelta. El quiso
acompañarla dondequiera que ella fuese.
Llegaron a las afueras del pueblo por
un camino que Marcos no había sabido que existía. Desde allí se podían ver las
estrellas y se escuchaba el mar rompiendo abajo, en el rompeolas. Era un sitio
de lo más romántico. Ellos estaban en lo alto de un acantilado dejando que el
aire les refrescara las ideas y Linda parecía estar husmeando el aire. El la
seguía atónito y vio como llegaba hasta el antiguo faro, en cuyo jardín trasero
había tierra removida. Linda, en un susurro y con su leve sonrisa, le dijo:
“¿Te quieres acercar un poco más?” y él, atraído por la voz de la chica, se
acercó hasta que Linda le besó los labios. El paroxismo del placer le llevó a
perder la cabeza hasta el punto que él creía estar volando. Sólo tuvo la
certeza de su muerte un breve instante, al darse cuenta que el mar se acercaba
vertiginosamente. Ahora lo comprendía todo. Linda le había empujado al
acantilado, o quizá no. A lo mejor se había caído mareado al besarla. No sabía.
Pero todo se oscureció repentinamente.
En ese momento, Linda entró en el
faro, cogió una libreta y apunto en ella el punto exacto donde había caído
Marcos. Con total normalidad, abrió una pequeña nevera y extrajo un brazo
humano, que empezó a comer con total avidez. Cuando lo hubo terminado tiró los
huesos por el acantilado, justo donde las basuras del pueblo eran depositadas,
de modo que los huesos pasaban desapercibidos. En aquél faro solían pasar la
noche algunos mendigos a los que no se les volvía a ver jamás. Nadie les echaba
de menos y ella, en sus felices noches, se comía con total placer la carne de
los muertos. No necesitaba más.
No voy a dormir por tu culpa Emilio XD Me ha gustado el relato, muy tétrico y visual. Un vigobeso.
ResponderEliminarMuy interesante, porque aunque imaginaba que algo raro sucedía pensé que estaba relacionado con vampiros y al final era más terrenal. No menos siniestro por otro lado.
ResponderEliminarBuen relato.
Un abrazo
Muy buenas noches D. Emilio. Vaya filón has pillado con Loquillo, ¿no?. La verdad es que sus canciones tienen base para buenos argumentos.
ResponderEliminarUna pregunta: ¿Ya existía el Ipod? No me cuadra...Por el resto, ¡Vaya imaginación la tuya! Pero claro, eres escritor.
Pobre Marcos. Qué cruel. El chico me caía bien...Y sí. Super visual de guión de peli. Me ha gustado.
A ver si Loquillo, muy buena gente, se descuelga y te dice algo. ¡Ha de estar orgulloso!
Un abrazo,
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