La
característica fundamental del intelectual es, o debería ser, la
independencia. De hecho, ésta cualidad, debería ser su meta a alcanzar,
su cénit del pensamiento. El ejemplo, o uno de ellos, debería ser Don
Miguel de Unamuno, represaliado por ambos bandos contendientes en la
guerra civil española, en el mayor ejemplo que se ha dado desde la
intelectualidad española de independencia.
Porque
desde ella, y sólo con esta cualidad, podrá servir a sus iguales. Pues
la razón de la intelectualidad es la razón al servicio de los demás,
para conseguir una vida más plena y una sociedad mejor para todos, no
sólo para uno mismo, que también. Si sólo se piensa en uno, no
hablaríamos de intelectuales, sino de eremitas misántropos. Si no es
capaz de tener una absoluta independencia, lejos de ser un intelectual,
será un simple propagandista vocero del partido político o del ideólogo
de turno.
Hay
quienes dicen que la intelectualidad española se rige por los cánones
de los subsidios y subvenciones. De ser así, tampoco sería correcto
llamarlos intelectuales porque no serían más que mercenarios del
pensamiento. Que piensan una cosa y la contraria dependiendo de la ley
de la oferta y la demanda. También los hay que dicen ser afines a tal o
cual partido político, con mayor o menor orgullo, lo que, como he dicho
antes, lejos de convertirlos en intelectuales, hace de ellos simples
propagandistas. Muy bien pagados, pero propagandistas. Puesto que los
lobbys que pagan (decíamos el otro día que en España no hay derecha ni
izquierda, sino lobbys que son afines al PP o PSOE y nada más), utilizan
a determinados artistas en función de la previsión de seguidores que
van a tener y, en consecuencia, del eco que obtienen sus palabras y la
corriente de opinión que van a generar. No van a llamar a cualquier
púber que trabaje de camarero para poder subsistir mientras intenta
labrarse un porvenir sobre las tablas escénicas. Aunque la mayoría de
las veces, éstos púberes suelen estar deslumbrados por la carrera del
artista que sirve de vocero a determinado partido, que quizá haya
triunfado por eso y no por su calidad escénica, y, así, emulando a su
admirado, consigue, o cree que va a conseguir, abrirse camino en el
difícil mundo artístico. Creando, de este modo, una nueva generación de
voceros.
El
arte debe servir para abrir conciencias, señalar lo incorrecto, abrir
caminos y sendas de pensamientos no prevista. Pero sin capacidad
crítica, esto no puede darse sino en el sentido señalado de publicidad y
propaganda. Si su capacidad de raciocinio está nublada por los billetes
que determinado partido les paga, no puede haber capacidad crítica,
lógicamente. También está claro que nadie, por muy torpe que sea, muerde
la mano que le da de comer. Y éstos voceros, serán títeres en manos de
uno u otro lobby, pero no son tontos y sí muy ambiciosos, por lo que no
escatimarán elogios al partido pagador.
El otro día me quejaba amargamente de la falta de independencia de la profesión periodística en general. Puesto que creo firmemente que, del barro de la asquerosa polaridad que rige nuestro país, a todos los niveles, es decir desde a nivel ciudadano (que es el fin que justifica los medios utilizados por uno u otro lobby para obtener adeptos) periodístico, empresarial, televisivo, artístico (me niego a llamarlo intelectual, puesto que ya he explicado que para mí no lo es), judicial y de cualquier otro que, favorezca los planes de dichos lobbys a la hora de poder crear determinada corriente de opinión; llegan estos lodos de pusilanimidad social. Si han convencido a la gente, tanto unos como otros, de que los buenos buenísimos, nos están robando por nuestro bien, no va el pueblo a exigir ni justicia, ni mucho menos, venganaza. Han conseguido un país de gente que se toma el voto emitido como el éxito de su equipo de fútbol, de hecho, podemos ver manifestaciones vitoreando al líder y al partido de turno cuando ganan las elecciones. Una sociedad en la que se defiende al partido votado con la misma vehemencia, o más aún que la honorabilidad del equipo de nuestros amores, pero que es incapaz de exigirle al partido defendido una mínima lucha por sus intereses. Somos un país de ignorantes y de títeres que ¿cómo va a alzarse contra el que le roba, si su ídolo le está susurrando al oído, cantando en sus canciones, contando en sus películas o mostrando con su ejemplo o gritando desde un escenario, que el malo es el de enfrente?
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