9/1/13

Auscultando la crisis




Como todo el mundo, cuando decido ir al médico es porque me encuentro mal. Porque lo necesito. Una valoración suya, pienso, puede hacer que el malestar que siento se vaya a hacer gárgaras. Es decir, porque necesito curar mi dolencia. Sin embargo, también puede pasar que ese médico se equivoque. Que para curar una cosa te provoquen otro mal. Puede pasar que haya médicos que confundan el diagnóstico. Otros confundirán el tratamiento. Por dicho error ya sabemos quién es el que se irá al hoyo. Como previamente le harán firmar un papel que diga que les exime de toda responsabilidad en caso de defunción, aquí paz y después gloria. Y usted, querido amigo, se va al hoyo.

Pero ¿Qué es peor? ¿Un médico que yerra el diagnóstico? O quizás uno que acierta el diagnóstico pero no el tratamiento. Atendiendo al resultado, dará igual. Se ha muerto. No importa que digan que han tenido buena intención si ha fallecido. Imagino la escena con usted de cuerpo presente y su mujer inconsolable. No llore señora, dice el galeno, mi intención era curarle, pero se ha muerto. Y la respuesta resignada de su esposa. Me he quedado sin marido, pero como ha sido con buena intención, no se preocupe usted. No, la buena intención no salva vidas. Como la buena intención no vence a la crisis.

Comparando medicina y política, el paciente sería España. No en vano, hemos visto que unos erraban negando reiteradamente el diagnóstico; y otros, aún con el diagnóstico acertado, no han sido capaces de dar con el tratamiento y, consecuentemente, entrambos provocaron paro, miseria, rabia. Y no se ve luz al final del túnel.

La política es el ejercicio de gestionar unos recursos, obtenidos de los impuestos gravados, para conseguir un beneficio común. Los partidos no son capaces de trabajar unidos. Arrimar el ascua a su sardina. Se critican entre ellos. Yo no haría lo que usted hace, se dicen. Yo no me dejaría influir por Europa. Cualquier Gobierno tendría que hacer caso a las directrices europeas. Como ya hicieron unos y hacen ahora otros, discutiéndose antes a unos y ahora a otros, la misma decisión con idéntico reproche pero, dependiendo del partido que seas, éste se hace al gobierno pasado o al actual. Si el problema es económico ¿porqué no recortar en gastos superfluos?

La clase política sólo quiere mantener su status ¿de qué otro modo pueden explicar una política de recortes siempre en la misma dirección? ¿Porqué no eliminan a tanto asesor y tanta duplicidad de competencias? ¿O poner un salario máximo a todo alto cargo público? ¿Y luchar contra el fraude fiscal? Aunque todos tengan compañeros implicados. ¿Qué me dicen de eliminar partidas presupuestarias buscando la autofinanciación de sindicatos, partidos políticos y demás instituciones? No es necesario un cambio de gobierno, sino un cambio de sistema que evite el duopolio político que nos ha llevado a esta debacle. El problema es que para poder llevarlo a cabo, es necesaria una alternativa de gobierno que vaya en esta dirección. Un gobierno de ciudadanos. Porque todos hemos visto a bienintencionados que, como en el cuento de Orwell, al final el poder corrompió y les convirtió en lo que odiaban.

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