Estaba esta mañana tomando café
y, mientras le daba vueltas con la cucharilla distraídamente, me vino el
recuerdo de cuando era niño. Mi madre me decía que no había que hacer ruido al
remover el azúcar en la leche. Así que he seguido dando vueltas intentando no
hacer ruido, como me enseñaron, y una sonrisa ha brotado lenta y mágicamente en
mi rostro. Luego, en el ordenador, he leído una noticia trágica en no recuerdo qué
periódico y me he acordado de las típicas predicciones de las madres. Bájate de
ahí que te vas a caer. Que te caes, Luisito. Que te bajes, que te caes ¿lo ves?
Te lo dije. Pero también me he acordado de las, no menos típicas, amenazas.
Niño, como te caigas, te voy a dar un azote que te voy a poner el culo morao.
O, el más salvaje aún, no te alejes de la orilla que como te ahogues te mato. Un
clásico de las piscinas, tanto privadas como públicas y de las playas de nuestra
piel de toro.
Otro momento típico materno que
recuerdo es cuando, al volver de fiesta, se levantaba mi madre a hurtadillas y,
silenciosa como solamente ella sabía ser, se acercaba en camisón, con el pelo
enmarañado y, sin previo aviso, me olisqueaba diciendo: Tú has fumado. Me daba
unos sustos que para qué. Imagínense todo a oscuras y, de pronto, una aparición
blanquinosa con los pelos a lo Bonney M, que se te abalanza, te huele y te dice
eso, cuando estás intentando llegar a tu cama de puntillas y con los zapatos en
la mano, lo más silenciosamente posible. Así he salido: fuerte de corazón.
Gracias a mami, de un infarto no moriré, no.
Pensando en mi madre, también he
recordado cuando, absolutamente fuera de sí por las trastadas que hacíamos,
desenfundaba su zapatilla y nos daba en el trasero. A veces, cuando ya íbamos
siendo más mayores, intentábamos largarnos corriendo por el pasillo de tres
metros de largo que teníamos en casa. Pero mi madre, arrojaba su zapatilla acertándonos
de pleno en el culo, y éramos delgados, no se vayan a pensar que éramos unos
culo-gordos, que no. Todo esto cambió cuando nos fuimos haciendo mayores y ya
no nos hacía daño el zapatillazo en cuesetión, por lo que cambió de táctica y
nos empezó a atacar con palabras. Así sigue ahora. Si en nuestra infancia y
primera juventud era certera con la zapatilla, con las palabras lo es mucho
más. Sabe dónde dar para conseguir hacernos reaccionar en la dirección que
quiere.
Tampoco es menos típico, cuando te
dice tu madre: Oye, dame eso que está en el ese. No me digan que no es un
clásico de toda casa de bien ¿Y la forma que tienen de describirte una
película? Llegas a su casa, te dice: he visto una película, que no sé cómo se
llama, pero que está muy bien. Tú respondes, ¿cuál es? Y empieza el juego: Te
dice, no sé cómo se llama, pero es una muy buena, en la que hay una chica muy
mala, una pelandusca rubia, que rompe
hielos con un punzón y que es la que los mata a todos… Como no la hayas visto,
te llevas el premio.
A lo que iba que estoy divagando.
Esta mañana, tomando café en casa, recordé lo relatado. Al leer la noticia de
un policía que, harto de que un individuo no le hiciera caso, le disparó
acabando con su vida. Sé que la noticia es trágica, pero no he podido evitar
sonreír al seguir leyendo. Porque el individuo en cuestión era un suicida que
estaba en lo alto de un edificio a punto de tirarse y, el policía, un tipo
sutil donde los haya, le ha debido decir algo así: Como no vengas aquí y te
dejes de chorradas, te disparo. Cumpliendo su amenaza, acabando con el suspense
morboso de la gente congregada bajo ellos discutiendo sobre si se tirará o no, el
suicida. En fin, que sé que es una noticia luctuosa, trágica y nada agradable,
pero no he podido evitar acordarme de la típica frase de las madres: “cómo te
ahogues te mato”
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