Se me eriza el vello cada vez que
escucho a alguien usar el tratamiento de señor o señora a otros en una
conversación. Se me hace duro escucharlo porque, si bien, en algunos casos sí
habrán hecho méritos para que se les dispense tal tratamiento, muchas otras
personas, no son merecedoras de tal honor, ni de lejos. Fíjense que digo
personas, así genéricamente, pero lo digo con pena. Porque no voy a empezar a
definir a alguien como, por ejemplo, homo sapiens (cuando, en la inmensa
mayoría de los casos, el apelativo sapiens les viene muy grande. Ni tampoco seres humanos, puesto que eso de
ser humano es un halago demasiado grande para los orangutanes de los que hablo)
así que utilizo el genérico personas.
Hay mucha gente que se cree caca
y no llega, no ya a pedo, ni siquiera a pedorreta mal tirada, churretosa,
sibilante y vergonzosa. Los hay que se creen merecedores del tratamiento de
señor o señora por la sencilla razón de que son conocidos por el gran público
¿Acaso uno es señor o señora por cantar tonadillas, por ser deportista, por
escribir artículos, poemas o novelas, por pintar, ser político o entrenador de
un deporte, actuar o por dirigir películas, televisión o teatro o por contar el
polvo que echaron con un famoso en algún, mal llamado, programa de televisión?
Lamentablemente tengo que comunicarles que no. Que, si bien a ustedes les
resulta un ídolo de masas el futbolista o cantante de turno, eso de ser un señor o una señora se consigue
cuando uno reúne una serie de atributos en su conducta, mostrando una
educación, sabiduría y aptitudes propias de tales señores, y no porque gusten.
Pero no todos los memos que
conozco son gente conocida. Qué va. Los hay que son absolutos desconocidos para
la gran mayoría y son unos idiotas de mañana, tarde y noche. No hay más que ir
en coche por cualquier carretera española y verá la de imbéciles que se
encuentra sin que usted vaya a buscarlos. Si da un paseo por cualquier pueblo,
municipio o ciudad de los que abundan en España, se puede uno encontrar con
lerdos colombianos, argentinos o ecuatorianos. Porque, eso de ser un tonto,
tampoco es intrínseco del español, que para ser estulto, se puede ser
perfectamente francés, inglés, alemán, austrohúngaro, bereber o mameluco.
Puesto que panolis hay en todas partes, y muchos.
Pero si hay un tipo de necio que
me desagrada más aún que el político, ése es el que se le arrima para salir en
la foto. El que, por llegar a conseguir que su líder le sonría o le permita
salir en la fotografía grita consignas que ni entiende. Que los hay que hacen
de mamporrero con tal de conseguir un elogio, o una palmadita en la espalda. No
hay más que asistir a algún congreso para verlos en acción. Pues bien, para mí
ése es un lelo de manual. Pero no pierdan de vista al politicucho de turno que
se cree Dios porque tiene a su acólito a su merced. Ése es más bobo todavía. Porque
cree ser esputo y no es más que baba de tonto, colgandera y sucia.
Pero si de tontos hablamos, para
encontrarlos no tiene que salir de casa. Basta con que encienda el ordenador y
deambule un ratito por las redes sociales. Allí verá soplagaitas que
despotrican creyendo ser líderes mesiánicos; verá auténticos mamelucos que se
creen humoristas; podrá ver imbéciles que creen ser grandes prohombres por los
cuatro o cinco palmeros que “favoritean” y “retuitean” sus sandeces creando una
estúpida espiral en la que se halaban y ríen las gracias mutuamente. De modo
que podrá ver memos en manada. Porque los hay solitarios o en grupo. Pero
ninguno de ellos pueden denominarse señores o señoras por más que haya quien les
dé tal trato.
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