Sí, es así, soy español y no me
da ninguna vergüenza decir que mi país es España. No suelo usar, porque ni me
gusta ni me parecen bien, los eufemismos con que muchos definen a España. Como
por ejemplo, el tan manido “este país”; ni mucho menos la versión más
folclórica de piel de toro, no. Yo soy español, porque soy de España con todo
lo que ello conlleva. Es decir, soy heredero de una tradición de, como dice el
viejo dicho de El Cid, buenos vasallos si hubieran tenido buenos señores.
Porque, si miramos la historia de España, vemos que entre reyezuelos y malos
dirigentes, este país ha funcionado gracias a impulsos personales de los
ciudadanos. Me refiero, tanto a los malos dirigentes que hemos tenido desde la
tan cacareada transición, que nos traen estos lodos de crisis económica; como a
los antiguos dirigentes y reyezuelos que nos traen, por su parte, los lodos de
crisis identitaria.
Pero debo ser un español extraño.
Porque no me siento agredido ni menospreciado si me hablan en gallego, lengua
leonesa, bable, catalán, euskera o el
idioma que sea. Yo, que soy un enamorado de la inmensa cultura española,
entiendo que dichos idiomas, y las culturas que representan, no hacen sino
agrandar el patrimonio cultural español. Y, es que, las insondables raíces
culturales de España son gracias a todos, gracias a las raíces procedentes del hindoeuropeísmo,
como de otras autóctonas menos permeables a las fusiones. Y la cima de tanta
inmensidad cultural llegó, a mi modo de ver, con la irrepetible generación de
artistas, literatos y pensadores que surgieron en España en el siglo de oro. A
partir de entonces todo ha sido decadencia cultural, salvo honrosas excepciones,
pues ningún otro artista ha llegado a las cotas de aquéllos adalides de nuestra
cultura. No en vano, lo más bajo, deleznable, putrefacto y mediocre de nuestra
cultura se da desde que ésta tiene que nacer necesariamente con carnet de
partido. De este modo, cual rey midas de las heces pues todo lo que toca lo
convierte en mierda, la política ensucia cualquier atisbo de originalidad
creativa. Y, es que, en España los librepensadores, además de ser una especie
en extinción, son los más peligrosos enemigos de la uniformidad ideológica que
quieren obtener de nosotros los partidos políticos.
Soy español, y lo digo así, con
orgullo, a pesar de todo; a pesar de que nuestros dirigentes, históricamente,
no han estado a la altura del pueblo que dirigían, guiaban y representaban.
Aunque, ahora me estoy dando cuenta de que nuestros dirigentes han sido
insensatos, iletrados, viciosos, peligrosos, sibilinos, sinvergüenzas, puteros,
golfos, ladrones, pero los ciudadanos, en la mayoría de los casos, los han
vitoreado vehementemente cada vez que se han mostrado públicamente, bien sea en
democracia o durante la dictadura, a reyes, caudillos o presidentes del
gobierno, por lo tanto, muy en contra no estarían. Tan es así, que en el año
2.011, más de 17.000.000 de personas han elegido masivamente a los miembros de
los dos partidos más salpicados por la corrupción de la historia y orgullosos
que están de ello, oiga ¿Que no había otra opción? Pues busquémosla, porque al
corrupto hay que quitarle el poder.
De modo que, pensándolo fríamente,
igual estoy señalando en la dirección equivocada y debo empezar a decir que soy
español a pesar de los españoles que eligen a sus dirigentes. Igual, pensándolo
mejor aún, no soy tan español como he pensado siempre hasta ahora; a lo mejor,
puede ser que ahora resulte que soy austrohúngaro o birmano. Italiano quizá;
griego puede. A lo mejor turco o portugués; pudiera darse la circunstancia de
que, en realidad, yo sea ruso, austríaco, suizo o irlandés; pero lo que sí pido
es que inglés o francés no, por favor, eso no.
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