Ha
llegado el calor de verdad. De modo que un nuevo verano está aquí por
fin, y, poco a poco, las calles de Madrid se van despoblando de gente.
Van volviéndose más transitables y pacíficas. Menos estresantes y
huecas.
Dejan
entrever rincones paradisíacos. Permiten que puedas perderte entre
jardines recónditos y vislumbrar magníficos edificios con preciosas
fachadas que pasan inadvertidas para los ciudadanos que habitan la
ciudad, por las prisas con que siempre deambulan por sus calles.
Corriendo a todos lados. Pensando en sus cosas. Rumiando sus problemas.
Batallando con la rutina. Luchando contra la desidia. Deseando escapar.
Necesitando un descanso. Ansiando vacaciones.
De
manera intermitente, concretamente a quincenas, la gente abandonaba sus
lugares de trabajo para disfrutar de sus vacaciones. Los barrios
dormitorio se vaciaban dejando aparcamientos libres por doquier. Gran
lujo en Madrid ya en aquél entonces. Descubríamos quién había venido de
la playa o quién estaba aún por irse, no sólo por haber desaparecido un
tiempo del barrio, sino también al observar el color de su piel. El que
estaba moreno era porque acababa de llegar de vacaciones. El que aún
estaba blanco y mostraba unas tristes ojeras, en cambio, era porque
todavía no había disfrutado las suyas ¿Recuerdan? Es verdad. Hubo un
tiempo en que era así. Pero todo eso cambió. Los elevados precios de los
apartamentos costeros, sensibles a la ley de la oferta y la demanda,
fueron cambiando la tendencia de nuestras vacaciones y, de ser salidas
mensuales, pasaron a quincenales y después a semanales. Pero fue la
crisis, esta maldita crisis, la que le dio la puntilla a esas vacaciones
de ensueño trayendo de vuelta otras más de andar por casa.
Aunque
eso ya no es así. Ahora, si vemos alguien moreno por la calle,
probablemente sea porque está desempleado y se queda con su hijo en
casa, si lo tiene. Bajando con él, en el mejor de los casos, a la
piscina o al parque, para que el niño disfrute. Aunque también pudiera
ser que esté moreno porque pase todas las mañanas de verano yendo de
empresa en empresa dejando currículos, suplicando entrevistas de trabajo
y lamentándose de su mala suerte. Todo provocado por la crisis y el
maldito desempleo que azota, en mayor o menor medida, cada uno de los
rincones de nuestro país.
Y,
es que, la crisis dichosa, ha conseguido aniquilar muchas de nuestras
creencias más o menos comunes. Certezas tales como: “cada año tenemos un
mes de vacaciones y nos vamos a disfrutarlas a la playa” como hemos
dicho fueron desterradas de nuestras vidas hace años por la ley de la
oferta y la demanda. También conozco gente que decía: “nos vamos de
vacaciones por España en verano porque, durante el invierno, nos gusta
visitar otros países por períodos de, como mucho, una semana” Pues bien,
fue llegar el desempleo de uno de los cónyuges, o de los dos, y
acabarse las salidas al extranjero. Hay también quien decía que el
trabajo no era más que un medio de conseguir un sueldo que permitiera
tener pequeños desahogos y poder darte pequeños homenajes. En cambio,
ahora el trabajo es, en sí mismo, un lujo al alcance de unos pocos. De
muy pocos. Cada vez de menos gente. Antes uno de los cónyuges se quedaba
en casa, normalmente ese papel era reservado para la mujer, y con el
sueldo del otro cónyuge podían vivir los dos. Ahora, en cambio, son
necesarios dos sueldos. Pero hemos visto, porque a la fuerza ahorcan,
que nos podemos arreglar con el sueldo de uno de los dos para llegar a
fin de mes. Con apretarnos el cinturón haciéndole dos o tres nuevos
agujeros, vale. Porque cada vez nos queda más mes al final del sueldo.
Pero, eso sí, volvemos a salir de vacaciones al pueblo de nuestros
antepasados o a casa de algún familiar en la playa. En nuestro caso, nos
vamos de vacaciones a casa de unos familiares. Pero soy consciente de
que no todo el mundo puede contar con estas opciones. Pues hay quien se
queda sin vacaciones. Como hay a quien su familia tiene que encargarse
de mantener. Concretamente, suele encargarse esa función a los abuelos…
Dichosos abuelos... Dichosa familia.
Y,
es que la crisis, no sólo ha cambiado muchas de nuestras costumbres,
ideas y certezas, como decía antes, sino que también ha acabado con
muchos de nuestros sueños. Con los nuestros digo, sí, porque únicamente
ha acabado con los nuestros. Porque, los sueños de nuestros gobernantes,
siguen intactos y sin problemas, no se vayan a pensar. Pues, con la
excusa de la crisis, realizan unos recortes destinados a menguar
nuestros servicios básicos más elementales, nuestro estado del bienestar
y nuestra calidad de vida. Sin embargo, ellos, nuestros queridísimos
gobernantes, sin ningún tipo de escrúpulo, continúan manteniendo el
“statu quo” propio de las clases dirigentes. Haciendo, cada vez mayor,
la brecha social que nos separa a unos de otros. Que hay que viajar en
primera, ellos viajan sin problemas y ya está. Que tienen que hacer un
viaje en coche o que su mujer tiene que ir a teñirse el pelo, pues para
eso está el coche oficial, faltaría más. Pues parece ser que la máxima
de nuestros políticos es la gongoriana “vaya yo caliente y ríase la
gente”
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