En el espacio, cuando muere una
estrella, deja un vacío al que los científicos llaman agujero negro que es
imposible, no sólo rellenar, sino también atravesar. Cuando en el mundo de la
música, un grande (pero un grande de verdad no esos mediocres encumbrados por
las radio-fórmulas) nos deja, ese vacío no se puede tapar por mucho que se
intente. Hay que tener en cuenta que, incluso en vida cuando la carrera de
estos enormes autores es menos prolífica, se busca incansablemente al sustituto
de tal o cual músico. Que aparece alguien que canta bien, lo denominarán
mostrando su ignorancia el sucesor de Elvis Presley, Freddy Mercury o Frank
Sinatra. Si, en cambio apareciese una mujer, la llamarán la sucesora de Ella
Fitzgerald o la más reciente Whitney Houston. Que alguien toca la guitarra
bien, será el sucesor de Jimmy Hendrix y así sucesivamente. Cuando lo cierto es
que los vacíos que han dejado estos inmensos artistas no los ha conseguido
llenar nadie. Por mucho que las dichosas radio fórmulas llamen a Mika el
sucesor de Freddy Mercury o a Michael Bublé el de Frank Sinatra. Mostrando,
como digo, su ignorancia o su intención de captar adeptos para que compren los
discos de sus protegidos.
Pues bien, ese hueco imposible de
rellenar por otro artista, por muy sucesor que lo denominen quienes encumbran
mediocres, no puede ser rellenado más que por su propia leyenda. Gente como
Michael Jackson, Bon Scott, Otis Redding o Jim Morrison, sólo hubo uno,
lamentablemente. Ningún sucesor ha llegado para ocupar sus puestos. Ni llegará,
me temo, tal como veo el panorama musical actual, a ocuparlo. Sé que Pitbull o
Juan Magán o David De María o Pablo Alborán lleguen a ser ni la infinitésima
parte de una uña de uno de estos grandes. De hecho, espero que sus carreras
sean lo suficientemente cortas para que ya se deje de hablar de tanta
mediocridad. Pero ésa es otra historia.
Lo cierto es que se nos ha ido
uno de los más grandes. No ha muerto una estrella. Ha muerto un satélite. Concretamente Satellite of love. Uno
de los muchos personajes que frecuentaba la famosa Fábrica del New York de Andy
Warhol. Pero de los pocos que fue protagonista de esa época gloriosa, creativa
y genial del New York setentero. Se nos ha ido un tipo que encabezó junto a la
andrógina Nico la Velvet Underground poniendo su voz al servicio de la banda.
Para, posteriormente y tras haberse acostado con todos, fumado, metido y bebido
absolutamente todo, iniciar su carrera en solitario. Ahí está, de hecho, en
forma de testamento su disco “Transformer”, que me parece una de las mayores
obras de arte del Rock. Una joya inigualable. Pero no sólo de lo evidente hay
que hablar. Pues este señor, además de todo lo mencionado, ha sido un precursor
intelectual junto con la ínclita Patti Smith del punk intelectual, ecléctico y
artístico que fue el primer punk americano.
Ese punk-rock como se denominó en
sus inicios, porque era pensamiento punk bajo el ritmo del rock and roll, que
iniciaron la propia Velvet Underground y del que tomaron el relevo bandas como
New York Dolls y los Ramones, entre otros. Ese punk intelectual que heredó la
capacidad crítica de la Beat Generation y que compartió mesa, mantel, cuarto de
baño y tertulia con Ginsberg, Williams, Corso y Bukowski, entre otros. Que
bebieron del poema Aullido y que tuvieron “On the road” o “Yonki” como libros
de cabecera. Que consideraban suyos el surrealismo y dadaísmo y que, desde ahí,
llegaron al nihilismo más absoluto. Pero además, estos punks primigenios
intentaron plasmar en cortes de vinilo de más de tres minutos todo ese arte del
que se habían empapado. Porque ese punk primigenio era, ante todo, intelectual,
como les digo. No era cosa de ver quién escupía más o eructaba más alto; ni de
quién iba más borracho o drogado a una entrevista ni de quién decía la gilipollez más gorda en
televisión. No. Ese punk era, como digo, algo intelectual, crítico y artístico.
Bebía de las fuentes del surrealismo y del dadaísmo y quisieron imitar las
performances que hacían los holandeses del movimiento provo. Es decir, no era
un simple acto de rebeldía. Se rebelaban buscando el arte en su rebeldía
haciendo auténticas performances.
De modo que Lou Reed fue uno de
los padres de todo eso que se dio en llamar “punk” fue un precursor en llenar
las letras de poesía para después vomitarlas sobre el público y provocar su
reacción. Fue un tipo de poeta del rock distinto a lo que supuso Bob Dylan.
Porque Bob Dylan bebió de fuentes distintas. Concretamente de Phil Ochs y Woody
Guthrie, su padre espiritual, entre otros, haciendo que su música fuese
denominada canción protesta. Si bien, también crítica, pero lejana a las
performances provo que dominaban el mundo punk. Eso sí, también, llena de
matices sociales y de metáforas que hacían pensar a más de uno. En cambio, Lou
Reed no buscaba la sutileza, sino más bien herir directamente los oídos de más
de uno con sus versos afilados. Lou
Reed, por su parte, representa el animal de rock and roll embutido en cuero. Era
un salvaje. Vivía salvaje. Era algo más que el rock and roll limpio y puro de
Elvis que, si bien supuso una ruptura radical con su sociedad contemporánea, no
llegaba a las cotas de salvajismo de Lou Reed y los suyos. Esa era pura actitud
provo. Además, si el rock and roll es actitud, el punk es el salvajismo. Lou
Reed, como digo era salvaje. De modo que no se nos ha ido Mr. Rock, se nos ha
ido Mr. Punk. Adiós Lou Reed. Te
echaremos de menos.
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