Vivimos en un país con un
sectarismo aberrante. En un país, por ello, absolutamente polarizado. En el
que, para defender la opción que hemos decidido votar en las últimas
elecciones, atacamos al partido político rival con toda la vehemencia que somos
capaces de utilizar. Somos unos hooligans políticos en toda la extensión de la
palabra. Defendemos el voto emitido como si se tratase de los goles de nuestro
equipo de fútbol preferido. Continuamos con la defensa sin ser capaces de
exigirle al partido votado que nos defienda con la misma vehemencia y que sirva
a los ciudadanos y que no se sirva del poder que le otorgan nuestros votos para
hacer su voluntad en su propio beneficio. Es que tenemos una escasísima
capacidad crítica con el partido al que hemos otorgado nuestra confianza. Sin
capacidad crítica no existe voto de castigo, o se da en una medida menor. Sin
ese voto de castigo y sin capacidad crítica de los electores, no puede haber
una democracia sana. Porque, para que el poder del pueblo de verdad lo ejerza
el pueblo, éste tiene que asumir responsabilidades. Y somos un país de
hooligans sí, polarizado también, pero muy cómodo y la comodidad está reñida
con trabajar para los demás y con conseguir un mundo mejor, no ya para
nosotros, sino para nuestros hijos.
De un tiempo a esta parte, este
sectarismo, y consecuente polaridad, se ha visto incrementada de manera
exponencial. Llegando al extremo de que, cualquier noticia por inocente e
inocua que pudiera parecernos, acaba impregnada con las heces del “y tú más” que
nos asalta desde los discursos vociferados en los escaños del congreso de los
diputados. Unos discursos llenos de interesada denuncia para obtener rédito
político y no para llegar a la solución de los problemas que acechan a nuestra
sociedad. Porque de esos barros de la polaridad, la discusión y la inquina en
la represalia a los desmanes cometidos por nuestros adversarios políticos,
mientras somos totalmente indolentes con los desmanes cometidos por el nuestro,
vienen los lodos de la desunión. ¿Cómo vamos a dar la sensación de unidad en el
extranjero si ven en nuestro parlamento cómo nuestros políticos, lejos de
intentar solventar el problema en que estamos metidos, lo que hacen es intentar
sacar a relucir los errores del rival para que les otorgue, como he dicho
antes, un rédito político que de otro modo serían incapaces de obtenerlo.
Vivimos inmersos en una crisis
más profunda como para ser denominada como económica, nada más. Es ésta una
crisis política, económica, social y de valores, así, todo junto y amalgamado.
Provocada por la polaridad creada desde las clases dirigentes. Que convierten
cada sesión del parlamento en un Real Madrid Barcelona de la política. Con todo
el odio y toda la polémica que genera cada contienda. Una polémica de la que
nos hacemos eco los ciudadanos extrapolándola a nuestra vida diaria. Pero esta
crisis está también provocada por la ignorancia de la gente. Porque la
ciudadanía no sabe a qué valores agarrarse para salir indemne. Unos se arriman
a valores que creen inmutables como su equipo de fútbol o lo que sea. Sin darse
cuenta que lo verdaderamente importante lo tiene dentro de su casa. Ahí es
donde tiene que dar el do de pecho. Y
una crisis política provocada por la pusilanimidad de la gente. Porque, además
de estar desorientados y de ser ignorantes, somos pusilánimes. Si se sienten
insultados porque les llame pusilánimes, quizá puedan explicarme por qué
muestran ese desinterés. Un desinterés entendible puesto que ha sido provocado
por el ansia de estos dirigentes de mantener su status a costa del interés de
sus votantes. Actúan para enriquecerse, no para que exista, de verdad, una
sociedad del bienestar que redundaría en su beneficio. Porque el beneficio
mutuo es el de todos.
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