Como cada noche, aquí estoy,
mirando por la ventana la noche estrellada. Me siento, enciendo un cigarrillo y
dejo volar mi imaginación. Algunas veces, logro escaparme a la azotea del
edificio donde vivo, lo suelo hacer cuando las noches son realmente claras y
cálidas, y contemplo el paisaje de antenas y estrellas. Aunque con la luz de la
ciudad las estrellas estén más bien tapadas. De vez en cuando veo alguna
estrella fugaz y pido con todas mis fuerzas dos cosas, a saber: poder ir a un concierto
de Buddy Holly y volver a ver a Mónica. Dios, qué bella es.
A veces me tumbo en la azotea,
dejo volar mi imaginación y, mirando al cielo, imagino fantásticas carreras de
Harleys y Cadillacs interestelares. De hecho, me veo embutido en un traje de
cuero negro y una camiseta blanca, con el negro pelo engominado formando un
enorme tupé en forma de quilla de barco y, junto a mis colegas, me imagino
tomando copas en bares estelares que hay en la cara oculta de la luna. Ah, si
pudieseis ir allí lo que os encontraríais sería fascinante. Grupos de chicos y
chicas de mi edad tomando copas, escuchando música, hablando de sus problemas y
de sus novias y sus cacharros. A veces, me despierta el frío de la madrugada.
Otras veces me despierta tu recuerdo, Mónica.
Otras veces acompaño a mis amigos
a las carreras de los anillos de Saturno. Son unas carreras algo complejas y
muy peligrosas, ya que si te sales de la trazada, te vas al limbo. Ponen sus
máquinas a punto y, tras las carreras, solemos ir a tomar algo de planeta en
planeta. Mientras volvemos. Les gustan las azuladas venusinas que tienen algo
de irreal pero un carácter muy difícil, porque son muy suyas. A otros les
gustan las tostadas marcianas que son más cálidas y muy melosas. Pero yo no
dejo de pensar en Mónica. Ella es mi chica. Aunque haga mucho tiempo que lo
dejamos, siempre serás mi chica.
Tan es así que el otro día un
amigo me dijo que si quería, una noche clara que no hiciera mucho viento,
podíamos intentar acercar un convertible a la casa de Mónica. La idea me
sedujo, la verdad, aunque, entre cervezas, las ideas suelen parecernos más
memorables de lo que son en realidad. Así que, dejo que se aleje con su
venusina cogida a la cintura y les veo alejarse con una mezcla de ternura,
incredulidad y esperanza. Miro dentro de mi cerveza, la espuma se va
deshaciendo y me bebo de un trago la jarra, pensando: “Qué demonios” Porque
¿por qué razón uno no puede perseguir su sueño?
Así que, desde ese mismo momento me puse a investigar
dónde vivía Mónica. No dejaba que las mañanas en el instituto me abstrajeran de
mi deseo, que no era otro que ver a mi chica. Así que, en cuanto pasaban las
ocho horas de rigor en el instituto, me cogía una manta y me subía a la azotea
a esperar a Toni, a Ovy, a Javi, a Tante y a Cris, a ver si podíamos hacer
algo. A Cris siempre se le ocurren las ideas más descabelladas y fue el que me
dijo lo de ir en convertible. Creo que Toni se ha agenciado uno rojo enorme, en
él cabemos todos. Hemos quedado el próximo viernes para ir a buscarla. Tengo
unas ganas indescriptibles. El estómago me hace unas cosas rarísimas, no me
entra la comida, no dejo de pensar en ello.
Y aquí estoy. Con mi cigarro,
escuchando una canción de Buddy Holly en mis auriculares y esperando que llegue
el momento de ir en busca de Mónica. Así que esperé a que llegaran con su
dirigible rojo que, pensándolo bien, nadie sabía de dónde lo había sacado Toni.
No hacíamos preguntas, no vaya a ser que nos las contestara. Lo único que sé es
que, cada vez que venía a mi casa, si el coche de mi padre tenía algún problema
lo arreglaba. De hecho, la primera vez que vino a casa mi padre se sorprendió
muchísimo, porque le habían cambiado todos los tapacubos. La semana pasada, sin
ir más lejos, le puso ruedas nuevas. Mi padre, que ya no se sorprendía, me dijo
mientras desayunábamos: “Ayer vinisteis tus amigos y tú a casa ¿no?” Le dije
que sí y me dijo que ya lo sabía, tenía las ruedas arregladas.
Bueno, el caso es que llegó el
dirigible y Toni me dijo algo de la luz del sol, no sé muy bien. Yo quería ir a
casa de Mónica con todas mis fuerzas y así empezó a bambolearse en el aire el
dirigible y fuimos sorteando antenas y eligiendo azoteas, hasta que llegamos a
la de Mónica. Al llegar, llamé a la ventana con el llavero y, tras dar un respingo
en la cama, me miró con su camisón puesto, me sonrió y abrió la ventana.
Parecía como si me estuviese esperando. No podía hablar, la saliva había huido
de mi boca escuchaba el latido de mi corazón cada vez más fuerte y, de fondo,
aunque llevaba aún los auriculares puestos, Peggy Sue de Buddy Holly. A un
gesto de Mónica, entré en su habitación.
Al pasar ella cerró la ventana y me pidió que
la besara sin dilación. Qué dulce, qué suave, ¡Dios, como la quería!. Le di un
beso con todo mi amor y rodeé su cintura, torpemente, con mis brazos. Entramos
en una espiral de calor, pasión y de amor como nunca jamás he sentido. Nos
desnudamos lentamente sin dejar de besarnos. Acaricié su cuerpo lo más suave,
delicado y despacio que pude y supe. Ella me acariciaba también, las caricias
más suaves que nadie nunca ha conseguido otorgar a ninguna otra persona en este
mundo. Lo era todo, yo no me sentía más
que un juguete para ella, y era consciente de ello. No me importaba.
Supongo que eso es el amor. Sentí la
felicidad más grande que Dios ha regalado a nadie nunca. No era sólo el sexo,
que fue torpe por mi culpa. Me estaba entregando todo su ser. Me estaba
regalando su vida, se estaba dando al hombre que ella misma hizo. La emoción,
el deseo y que fuese la primera vez que hacía el amor condicionaron la torpeza
con que me conduje. Me emocioné, eso es amor: te das a alguien sin falsas
promesas, sin dudas, sin esperanzas, sin nada. Esperando nada. Te das y
después, si todo va bien, recibirás. Pero tan sólo con el amor que sientes, con
la pasión que transmites y con la felicidad que das. La segunda vez estuve algo
mejor. Eso me dijo. También me contó que era su primera vez. Todo el mundo le
había dicho que se sentía dolor cuando lo haces por primera vez. Ella, me
confesó, sólo había sentido que era lo que quería hacer desde hacía mucho
tiempo. Me hizo temblar de la emoción.
Es tremendo que tu vida entera, que tu paz,
que tu felicidad te diga eso. Yo no pude hacer más que temblar y dejarme caer
en el inmenso amor que sentía por ella. Me sentí como si me sumergiera en un
universo de paz. La quiero, la quise y la querré siempre. Después, después ya
no éramos vírgenes ninguno de los dos. Experimentamos el placer por primera
vez. Me dijo que me quería, que me estaba esperando y que había tardado mucho
en ir. Sentí como si me hirieran aquéllas palabras. La verdad es que mi
corazón, cada vez que palpitaba, gritaba su nombre con una pasión infinita.
Estábamos enamorados. La besé de nuevo antes de irme. Era casi de día.
Al día siguiente, llamé al instituto y dije
que no podía ir porque estaba malo. Así que me fui por la mañana a casa de
Mónica otra vez. Había escrito una pequeña poesía y la quería dejar en su buzón
para que ella la leyese. La había metido en un sobre en el que ponía “para
Mónica” y, al llegar allí, lo que descubrí sacudió mi mente y mis sentidos como
si una corriente eléctrica recorriera mi espina dorsal. El edificio estaba en
ruinas, era un solar enorme que se había derrumbado hacía mucho tiempo. Unas lágrimas cayeron desde mis ojos y todo
alrededor se volvió gris, sucio, áspero, feo. Y sólo entonces recordé que ella
ya no estaba. Había muerto hacía unos meses en un maldito accidente de tráfico.
Recordé la noticia en el periódico. Las muestras de dolor en el instituto...
Así que desee con todas mis fuerzas que llegase la noche para verla. Esa noche
me subí a la azotea, con mi manta, mis auriculares, mis cigarros y mi mechero y
esperé a que llegaran de nuevo mis amigos. Pero no podía esperar. Así que salté
desde lo alto de la azotea. Sabía que ella estaría allí y sabía también que mis
amigos me recogerían en el convertible rojo. El aire me golpeaba el cabello y
me abrazaba entre cálido e irrespirable. Al caer, todo se fue haciendo más
difuso y lejano y la oscuridad me invadió.
Mi mente empezó a vagar por mis
recuerdos y se detuvo en la lánguida y hermosa sonrisa de Mónica. Su pelo
recogido hacia atrás en una hermosa, alta y rubia coleta. Sus pómulos
sonrojados que servían de asiento a dos inmensos ojos azules, alegres y vivos,
ligeramente achinados, como si de los de una gata se tratase. Podía ver su cuello perfectamente liso y alargado que se
hundía en los cuellos de una camisa azul pálida, mientras los picos de los
cuellos de esa camisa sobresalían por una chaqueta burdeos que yo le había
regalado nada más empezar a salir. Su cintura se estrechaba graciosamente y
dejaba ver un perfecto y redondo trasero que estaba embutido en unos pantalones
vaqueros que se amoldaban a su delgado y grácil contorno. Llevaba el pantalón
ligeramente remangado, una o dos vueltas por encima del bajo, y dejaba ver sus
calcetines burdeos sobre unas manoletinas negras. Llevaba la cazadora de
baseball recogida al hombro. Era la chaqueta sobre la que había bordado la
letra G del gato, su novio.
Destacaba sobre el gris del
asfalto y no podía apartar mis ojos de ella. Se acercaba desde lo lejos, al
fondo de una estrecha calle angosta y oscura pausadamente. Andaba tranquila con
la media sonrisa que me dedicaba y tanto me gustaba. La veía acercarse con un
brillo descarnado en los ojos que me miraban sin pestañear. Cuando estuvo a mi
altura la luz que emanaba de su sonrisa y sus preciosos ojos envolvía toda la
callejuela. Se acercó a mí y me besó. Un beso profundo. Comprendí que yo había
muerto. Sentí que flotaba agarrado suavemente a su dulce beso. Saboreé sus
labios con los míos y me dejé llevar hasta donde ella quisiera. Era mi guía, mi
luz, mi norte, mi amor, mi cariño. Era Mónica. La mujer que siempre he llevado
en el interior de mi roto corazón. Cogió suavemente mi mano y me guió a través
de la espesa negrura que nos envolvía hacia un punto de luz muy brillante que
se veía a lo lejos. Pude sentir más que escuchar sus dulces palabras que me
susurraban una y otra vez que me quiere con locura. Que siempre me ha querido.
Que ha estado observándome y que estaba muy triste porque me veía realmente mal
mientras ellos estaban aquí pasándoselo en grande. Sí, estaban todos mis
amigos. Ya que, entre las drogas, los accidentes y demás, todos han ido
muriendo. Aunque ahora estaríamos todos juntos de nuevo.
Pero yo no quería soltarme de la
mano de Mónica que era quién tranquila y dulcemente me llevaba hacia la luz.
Una intensa y brillante luz que me cegaba por completo. Una luz que me llenaba
de paz interior que destrozaba todas mis dudas y que me hacía sentir tan bien
como nunca he sabido que se pudiera sentir de esa manera. La mano de Mónica
seguía siendo igual de suave, su caminar pausado. De repente dejó que su otra
mano me abrazara justo antes de entrar en la inmensidad de la luz que se
adivinaba al otro lado del agujero luminoso que se abría entre toda esa
oscuridad. Rodeó mi cuello con sus brazos y acercó de nuevo sus labios a los
míos. Besó mi boca y me sentí estremecer totalmente. Un escalofrío recorrió
todo mi cuerpo. Una lágrima de gratitud y emoción recorrió todo mi rostro. Sus
ojos estaban iluminados. El sol no brillaba porque nosotros éramos ese sol.
Todo a nuestro alrededor estaba apagado. Me dijo: “Sólo el amor te pudo traer
hasta mí” Sin saber muy bien por qué me
sentí orgulloso de haberla conocido. Estaba enamorado de Mónica. Siempre he
estado enamorado de Mónica. Una infinita gratitud envolvió mi cuerpo, mi alma,
todo mi ser. Nubló mis sentidos y comprendí por una vez en mi vida lo que era
sentirse realmente enamorado y amado. Lo que era salir de la oscuridad.
Me ha emocionado enormemente este relato. Cada palabra es un sentimiento y cada sentimiento una ilusión. Realmente precioso. Un abrazo!
ResponderEliminarGenial Emilio, te ha salido del alma¡ Sentimientos a flor de piel y romanticismo a raudales¡ Un fuerte abrazo¡
ResponderEliminarUna historia preciosa y triste, ya que aunque el termina teniendo todo lo que había perdido a su lado, la vida no la va a recuperar jamás, así que para mi es un final agridulce. Un beso vigoamigo, me ha encantado.
ResponderEliminarPrecioso... ¡Y es una de mis canciones favoritas! buen desarrollo Emilio. Un vigo-abrazo.
ResponderEliminarEmilio una pasada de historia, bonita y con mucho sentimiento, me e visto en el dirigible rojo un abrazo muy grande eres la ostia amigo.
ResponderEliminarCris
Cuanto sentimiento,las estrellas en la azotea de la torre........
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